El tema de mi carta de hoy se sale de lo común. Actúo así consciente de que, en palabras de Meinvielle, no hay lugar sagrado, no hay tiempo sagrado en nuestra época.
Guardados durante años bajo un montón de carpetas, desenterré y releí estos folios cuando nuestra madre acababa de pasar el umbral a la Vida Eterna, poco antes de la Navidad de 1997. Dado el dolor que semejante separación produce y lo significativo de las fechas, el alma estaba más dispuesta a un mensaje espiritual que cuando nos encontramos inmersos en el mundanal ruido, absorbidos por asuntos urgentes que no son importantes, olvidando que cuando lo realmente importante es lo primero y todo lo demás lo segundo.
Hace unos veintidos años que oí hablar por vez primera de Medjugorje, nombre que me resultaba totalmente desconocido, distante y extraño y que nada me dijo en un principio. Por una serie de concatenadas casualidades, pronto me llegó abundante información no solicitada desde Norteamérica, luego desde Costa Rica. También un amigo en Südtirol me había comentado el hecho, no sin advertirme que podría tratarse de una falsificación.
Sería en enero de 1989 cuando, leyendo el informe realizado por una iniciativa civil hispanoamericana llegué a la conclusión, pronto convicción, de que lo que ocurría en Medjugorje era cierto y que, sobre todo, el mensaje de la Virgen era importante y urgente.
Desde entonces no he dejado de interesarme por el tema, he leído con fruición todo lo que llegaba a mis manos y me he preocupado por asistir a conferencias y ruedas de prensa. Hasta el punto de solicitar a un amigo que realizara un viaje conmigo expreso a Croacia (cuyo nombre viene de Cruzada) con el fin de poder vivir a los videntes y la atmosfera que los rodea en persona, ofreciéndonos información de primera mano.
Pronto decidí resumir la información que poseía y que aparentemente muy pocos conocían. Con largas pausas, periódicamente el día de San Juan, aniversario de las apariciones, tras escuchar en wagneriana tradición “Los Maestros Cantores de Nuremberg”, releía el presente resumen, que finalmente pongo a disposición de amigos e interesados.
Bien es cierto que mi predisposición a aceptar el mensaje de Medjugorje era real, pues desde muy temprana edad me encontraba “en línea” espiritual con ello. Mi iniciación sobre el tema de María en los años 1973/74, de manos de un buen amigo, católico convencido residente en Louisiana, y la educación idealista recogida durante todos los años de mi juventud, no han hecho sino servir de campo abonado para ello.
Sin duda otros habrán tenido vivencias y experiencias muy diferentes que incluso hayan apagado en su interior todo resquicio de fe. Pero como se afirma en el presente trabajo, toda persona tiene la capacidad de reconocer la existencia de Dios. Esa posibilidad es consustancial con el ser humano.
La tradición mística española, que nos ha dado a un San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Avila, Fray Luis de Granada, San Francisco Javier, San Ignacio de Loyola, Santo Domingo de Guzmán, etc; y la personalidad adusta y ascética del carácter popular español -cuando menos en su parte más idealista y noble-, fielmente reflejado en nuestros clásicos, hacen de esta tierra y este pueblo un campo tan apto para una visión religiosa del mundo y de la vida como inversamente proporcional para el orden social de las cosas, negocios y asuntos terrenales. Buenos soldados, guerreros y santos en época de lucha y dificultades, pero normalmente poco dispuestos, blandos y dejados en lo social y en épocas de paz.
Cervantes, Lope de Vega, Calderón, vivieron y reflejaron en su creación toda la grandeza heróica, pero también toda la tragedia del destino de su pueblo. ¿Dónde hallaríamos gente igual? Son los poetas heróicos y poetas del heroismo. Son los héroes creyentes, que como alimento vital absorbieron la religión de su pueblo y dieron su sangre por la Santa Madre Iglesia. Sublimes transformaciones de su interior, que abandonan el servicio a sus mujeres por el servicio al Rey y, por fin, éste por el servicio del Altísimo. Creador hasta el fin, adorado por su pueblo, Lope vivió como un penitente, ajeno al mundo que con tan exuberantes colores describía y murió igual que había vivido, con los labios pegados al crucifijo.
Sed hombres buenos” es la última enseñanza que con avasalladora sencillez recuerda Cervantes en “Don Quijote” a su época, que como la nuestra, ya no podía ser salvada con ningún heroísmo como el suyo.
De Lope sabemos que en el lecho mortuorio aseguró que cambiaría toda su fama de poeta por haber hecho una sola buena obra más, no tenía en cuenta algo, que nosotros no queremos olvidar: que toda su obra literaria fue en sí una obra buena”. Así los describe el especialista Ludwig Schemann.
En este mismo sentido la sabiduría popular dice “Sed buenos y seréis más felices” y está escrito que “La persona bondadosa se hace bien a sí misma”. Los maestros espirituales suelen recomendar que no hay medio más eficaz para hacerse bueno que hacer el bien.
Cuan significativo es también el que casi todos los grandes autores españoles se retirasen al estado religioso en la segunda mitad de su vida, señala acertadamente Glasenapp.
¿Pero acaso fue diferente con Verdaguer y Maragall? ¿Con la Renaixença? ¿Con Eiximenis, por no hablar de Ramón Llull, cuyo espíritu, que es el nuestro, queda bellamente reflejado en “El Libro del Orden de Caballería”? No, esa visión del mundo, empapada de Dios, es quintaesencia de este pais. Y me atrevería a afirmar que los pueblos de España, con Europa y en Europa, tendrán sentido siendo católicos, o no serán. Si abandonan su identidad trascendente empezarán por perder su propia autoestima y dejarán de dar valor a su existencia, porque habrán perdido también su Norte y Guía.
Nadie posee sin embargo la exclusiva de la Fé. Y si nuestro pueblo ha dado grandes muestras de amor a ella, otros lo han hecho antes y después. ¿Acaso era otra vida la llevada por los Minnesänger alemanes, desde Wolfram von Eschenbach y Tannhäuser a Walter von der Vogelweide, caballeros, artistas y servidores del ideal religioso simultáneamente?
E intimamente unido a todos ellos encontramos al movimiento romántico, que recupera para sí el ideal medieval de la caballería en su más noble acepción y, como retando la procaz pero vana tentativa de la razón por invadir el reino del espiritu, regresa a la Naturaleza, la Religión y la Patria. No es casual que Liszt acabara sus días abrazando la vida mística y Wagner nos dejara el “Parsifal” como testamento de una larga obra.
“El amor, volviendo a aquel mundo -el de Lope y Calderón, Wagner, los Minnesänger, Llull y Maragall- ya no era lo que se llamó una vez amor platónico, sino lo que se llama todavía amor caballeresco. Y es importante constatar que los grandes paladines del amor caballeresco en lo humano, han sido también los grandes defensores del amor divino en lo místico y grandes admiradores, dentro de una jerarquía estamental de valores en la que el bellatores se supedita al oratores, de aquellos monjes de la institución monástica y sus consejos de perfección, que tomaban forma en los votos de castidad, pobreza y obediencia, objetivos extramundanos con los que habían civilizado durante mucho tiempo a gran parte del mundo. Los monjes habían enseñado al pueblo a labrar y sembrar tanto como a leer y a escribir. Habían enseñado todo lo que sabían. Puede decirse, en verdad, que los monjes eran severamente prácticos, en el sentido de que eran no sólo prácticos, sino también severos; si bien solían mostrarse severos para con ellos mismos y prácticos para con los demás”, como observa acertadamente Chesterton. No es en vano que, muy a pesar de denominarla maliciosamente Edad Oscura, las tres cuartas partes de los más grandes hombres que han existido en el mundo saliesen de aquellas pequeñas ciudades medievales.
“Parece concebible que hoy los nuevos bárbaros del cine y los medios de comunicación puedan tratar de destruir la caballerosidad en el amor, como ciertos bárbaros de la política destruyeron la caballerosidad en la guerra”. Y a pesar de ellos, incluso más de un guerrero contemporáneo ha dejado muestras de esa misma convicción y deseo de servicio al Todopoderoso que amamos en el arquetipo del héroe medieval: “Sólo una cosa cuenta: tener una vida útil; perfilar el alma; estar pendiente de ella, instante por instante; vigilar sus debilidades y exaltar sus impulsos; servir a los demás; derramar a nuestro alrededor la dicha y la ternura; ofrecer el brazo al prójimo, para elevarnos todos, ayudándonos los unos a los otros. Breve o larga, la vida sólo vale la pena si en el instante de entregarla no tenemos que sonrojarnos de ella… Los hombres están extenuados por el agobio y la angustia o porque sus almas han dejado secar sobre ellas el beso de Dios. El dinero, los honores ganados a fuerza de envilecerse, la pugna por conseguir una felicidad terrenal, que se desvanece entre sus dedos y que se escapa para siempre, hacen que el rebaño humano se convierta en horda pululante, que se agita y corre hacia aquí y hacia allá, tropezando y destrozándose, en busca de una liberación que nunca se encuentra. Y todos, todos vuelven la cara ante los bienes, propicios a todos, de la moral universal y de la eternidad espiritual… Por eso el pecado nos hace sufrir hasta el final de la vida. Con el primer pecado aprendemos que ya no amaremos, nunca más, como hubiéramos podido amar. Y esto es lo que hace que el arrepentimiento sea desgarrador: porque no tiene solución… Los Santos nos enseñan que la perfección está al alcance de cualquiera. Ellos fueron también hombres sencillos, mujeres sencillas, llenos de flaquezas y, con frecuencia, de culpas. Pero han sabido sufrir. Se han levantado después de cada caida, decididos a estar más alerta que antes, más alerta cuato más débiles se sintieran. ¿Quien sufrirá, quién estará allí, junto a Cristo, en los días de su nueva agonía? Se alza cada primavera, la Cruz del Salvador… La salvación del mundo está en la voluntad de las almas que tienen fe”. (Lèon Degrelle “Almas ardiendo”)
La renuncia de sí mismo sigue siendo la clave para alcanzar un orden social justo, pues “Según se convierte el egoísmo en regente de un pueblo, se aflojan las ataduras al orden; y a la caza de su propia suerte, se precipitan los hombres irremisiblemente del cielo hacia el infierno. La posteridad olvida a los hombres que sólo servían a su propia utilidad, y glorifica a los héroes, que renuncian a su propia suerte”, afirmaba el héroe de la II guerra mundial.
En definitiva, todo lo que no se da, se pierde.
Cierto que un hombre cuanto menos piensa en sí mismo más piensa en su buena fortuna y en todos los beneficios de Dios.
Por otra parte no podemos olvidar que la inmolación de los cristianos del Este de Europa, que durante tres cuartos de siglo han sido el fertilizante para la nueva era que se avecina, ha supuesto un martirio de proporciones que no se dieron ni en los tiempos antiguos y donde el sufriente pueblo ruso ha dado muestras de esa fe que no se extingue, muy a pesar de sus verdugos de entonces.
Habrá quien opine que lo aquí expuesto no es serio, otros en su empecinada ofuscación me acusarán de propaganda clerical, los de más allá simplemente -y están en su derecho- decidirán no creerse ni una coma de lo expuesto.
Cada cual actúe según conciencia.
Sólo puedo confirmar una convicción. La mía. Me llegó no por la investigación científica y minuciosa, racional y metódica. Sino simplemente por intución, por certeza interior, tal vez por lo que yo llamo inteligencia trascendente. Pero en cualquier caso no puedo negarme a mí mismo y por ello afirmo que creo.
Chesterton, el celebrado poeta y agudísimo escritor inglés convertido al catolicismo, al igual que otros insignes británicos como Bernard Shaw, lo reconoció perfectamente al afirmar que “La gente no cree porque no quiere ensanchar su pensamiento”.
Mientras pasaba mis días en la prisión de Steyr, leí entre otros el “Libro de amigo y Amado”, enviado por una buena amiga y que Ramón Llull tuvo a bien regalarnos. Reflexioné algún día sobre la oportunidad de dar a conocer, en mi calidad política, un informe, el presente, más propio de eclesiásticos que de jóvenes del tercer milenio. Pensé, con Ramón Llull, “que fuerza de amor no sigue mesura si el amigo ama muy fuertemente al Amado”. Y continué leyendo:
“Preguntaron al amigo:
-¿Cuáles son tus riquezas?
-Las pobrezas que soporto por mi Amado. Respondío.
-¿Y cual es tu reposo?
–La fatiga que me da amor.
-¿Y quién es tu médico?
-La confianza que tengo en mi Amado
-¿Y quién es tu maestro?
-Los significados que las criaturas dan de mi Amado. Respondió”.
Dudé. ¿Habrá comprensión entre aquellos que se interesan por el idealismo político, siempre profano, en un tema exclusivamente sacro? ¿Lo sagrado y lo profano entremezclado, unido, tal vez supeditado lo segundo a lo primero, o divorciado lo uno de lo otro? ¿Cuál será la respuesta acertada? Esa es la gran cuestión que el mundo de la política y generalizando la sociedad occidental en pleno tiene pendiente desde la Revolución Francesa. Y continué leyendo:
“Cantaba el Amado y decía que poca cosa sabía el amigo de amor si se avergonzaba de alabar a su Amado, y si temía honrarlo en aquellos sitios donde era más afrentado; y poco sabe de amar quien se incomoda de malandanza; y quien desespera de su Amado no hace concordancia entre amor y esperanza”
“-Di, loco, ¿qué es amor?
-Respondió: Amor es concordancia entre teórica y práctica hacia un fin, al cual tiende la realización de la voluntad del amigo, a fin de hacer que la gente honre y sirva a su Amado. …Y se discute quién es más culpable: los hombres que vituperan al Amado, o el amigo que callaba y no defendía a su Amado”, afirma Kempis.
Por mi parte creo que lo más sencillo es que “No hagas gran caso de que alguien esté por tí o contra tí; más haz por manera que sea Dios contigo en todo lo que haces”.
Cuando acabemos de leer este informe, puede asaltarnos el amor o el temor ante las admoniciones claras. Aquí cabe añadir lo que Anna Katharina Emmerich, convencida de la existencia de los milagros, definía como tales: “Una confianza viva, inocente y sencilla en Dios lo realiza todo, todo lo hace sustancia”. Esta afirmación nos da gran enseñanza interior de que todo mal es evitable y llevadero si confiamos plenamente.
Chesterton no duda en afirmar que es tan racional para un creyente admitir los milagros como para un ateo no admitirlos.
En otras palabras: sólo existe una razón inteligente por la que no pueda creerse en los milagros, y está en creer en el materialismo. La mayor parte de las dudas a este respecto se asientan en pormenores.
Los que tenemos la gracia de creer, podemos intuir lo que significa para muchos empezar a creer. Nos lo describe muy bien Tatiana Góricheva, convencida intelectual soviética, recientemente convertida, dentro del gran proceso de renacimiento religioso de Rusia que dió comienzo hace más de vinte años: “Si alguien me pregunta qué significa para mí el retorno a Dios, qué es lo que esa conversión me ha hecho patente y cómo ha cambiado mi vida, puedo contestarle con toda sencillez y brevedad: lo significa todo. Todo ha cambiado en mí y a mi alrededor. Y, para decirlo con mayor precisión aún: mi vida empezó sólo después de haber encontrado a Dios”.
Si con las páginas que siguen conseguimos llevar el mensaje de Nuestra Señora al corazón de uno solo, y con ello animarle a que arregle una cita con Dios para toda la vida, estaremos más que satisfechos.
En un momento en que Occidente busca refugio en la reencarnación, el orientalismo, la magia, el esoterismo, el horóscopo, la cienciología, lo extraterrestre y la ufologia, las sectas, el ocultismo o qué se yo cuantos cachibaches pseudointelectuales y pseudoespirituales más, amontonados en el cuarto trastero de la polución intelectual reinante, ya no podemos callarnos por más tiempo. Hay gente capaz de pasarse noches en un lugar esperando durante horas la aparición de un OVNI, para lo que hace falta gran “fe”. Se habla en tono misterioso y sugerente de tonterías, tanto en la publicidad como en el cine, de unos “jeans” que nos abrirán el camino, de jabón en polvo para la ropa que resulta imprescindible, de un automóvil que nos dará la felicidad, de una marca de champán exclusiva, cual si se tratase de las cosas más importantes e imprescindibles. En cambio, hablar de otras cosas, que de hecho son imprescindibles para todos -como el alma, el sentido de la vida, la redención- es algo que aquí la gente no se atreve a hacer en público, y hasta los sacerdotes se avergüenzan. ¡Es realmente un mundo pervertido y desquiciado! .
El periodismo comercial y el periodismo del poder se olvidan de las cosas importantes y nos machacan con lo aparentemente sensacional, lo pasajero y lo sórdido. Las pequeñas cosas que hacen la vida hermosa, las noticias que pueden alegrar el corazón e incluso las noticias realmente importantes, cual sería que la Madre de Dios trajera un nuevo mensaje al mundo, son silenciadas lapidariamente.
De ahí la gran necesidad que la gente tiene de un sentido de la vida, de un Dios vivo -no ideologizado- y al alcance de la experiencia. Hay que responderles, a unos y a otros, con la simplicidad de tantos que creen, muchas personas humildes y sencillas, que son consideradas incultas, atrasadas, retrogrados intelectuales, pero que son probablemente las personas más felices del mundo. Pienso en bellísimas personas que en su gran sencillez y aún mayor bondad de corazón, son mucho más inteligentes que aquellos otros que, atrincherados en la “razón”, el “conocimiento” y la ciencia, cuando no el dinero y el poder, creen ser alguien.
“Lo que para el mundo es necio lo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo que para el mundo es débil, lo escogió Dios para avergonzar a los fuertes; y lo plebeyo del mundo y lo despreciable que no cuenta, Dios lo escogió para destruir a lo que cuenta” (1 Corintios 1,27).
Esas son las personas que pertenecen a Dios por entero. “Bienaventurada la simplicidad, que deja la senda de las cuestiones dificultosas y va por el camino llano y firme de los mandamientos de Dios. Muchos perdieron la devoción, queriendo escudriñar las cosas altas. Fe te piden y buena vida; no alteza de entendimiento ni profundidad de los misterios de Dios. Si no entiendes, ni alcanzas las cosas que están debajo de tí, díme ¿cómo entenderás lo que está sobre tí?… Dios no te engaña; mas el que se cree a sí mismo demasiadamente es engañado. Dios con los sencillos anda, descúbrese a los humildes, da entendimiento a los pequeños… La razón humana flaca es y puede engañarse; mas la fe verdadera no puede ser engañada… Dios anda con los sencillos, se manifiesta a los humildes y da inteligencia a los pequeños; ilumina la mente de las almas puras y esconde su gracia a los curiosos y a los soberbios” nos recuerda Kempis.
Lo ha reconocido muy bien Julio al escribir que “se niega a creer que haya que ser inteligentísimo o cultísimo para poder buscar a Dios… encontrarle es un don que sólo él puede concedernos”
Algo que se silencia: la crueldad de la vida pervertida en una lucha diaria por mantenerse vivos y pagar impuestos, que pretende no dejar tiempo para una vida trascendente. Lo resume Willy Reichert en tan sencillas palabras: “Ruhe suchen kann man an mancherlei Orten, Ruhe finden nur bei sich selbst” (Buscar la tranquilidad se puede en muchos lugares, encontrar la tranquilidad sólo en tí mismo).
De ahí la importancia que tiene despertar a la juventud occidental y darle a conocer lo sobrenatural, porque lejos de volverlos lúgubres y deshumanizados, “San Francisco de Asis y todo el sentido de su mensaje a la humanidad nos confirma que este misticismo hace al hombre alegre y humano. El sentido del humor que aliña todas las historias de sus andanzas fue lo que le impidió endurecerse en el empaque de la rectitud sectaria. No era únicamente un humanista, sino un humorista; un humorista especialmente según el antiguo sentido inglés; un hombre que anda siempre de buen humor, siguiendo su camino y haciendo lo que nadie más haría. Lo que distingue a ese demócrata muy auténtico de un simple demagogo, es que nunca engañó ni se engañó por la sugestión de las masas. Para él un hombre era siempre un hombre, y no desaparecía en la espesa multitud, como no desaparecía en el desierto”. (Chesterton, “San Francisco de Asís”, Juventud BCN.)
Tanto si lo vemos como si no, se encierra la verdad en este enigma: que el mundo entero es una cosa buena y una mala deuda.
Y como dice Anna Katherina Emmerich: “Todo está en los hijos de la Iglesia que creen, que esperan y que aman”.
Me pregunta una persona de confianza el por qué de este largo prólogo al mensaje de Nuestra Señora. Al lector de hoy, deshabituado a todo lo que supone el más allá y firmemente encadenado al más acá, le puede ser de utilidad constatar que en todas las épocas han habido personas pertenecientes a los más diversos estamentos sociales con inquietudes religiosas, fueran estos poetas, guerreros, políticos, músicos, caballeros, santos, filósofos, o gentes sencillas, que intentaron con su arte, su saber y su mejor entender comunicar a los demás la fe. La juventud de principios del Siglo XXI va a estar bien necesitada de estos ejemplos. Francis Parker Yockey, el genial pensador y filósofo de la historia norteamericano, anuncia clarividente: “La misión de esta generación es la más difícil a que ha debido enfrentarse una generación Occidental. Debe romper el terror que la mantiene en silencio, debe mirar hacia adelante, debe creer cuando aparentemente no hay esperanza, debe obedecer sus impulsos internos aún cuando ello signifique la muerte, debe luchar hasta el límite antes de someterse. Debe fortalecerse con el conocimiento de que contra el Espíritu del Heroísmo niguna fuerza materialista puede prevalecer”.
Si la decisión interior de formar parte de este ejército de creyentes no tuvo un instante de duda, el hecho de propagar el Mensaje de Nuestra Señora en ambientes políticos requirió una reflexión: Por una parte es sabio evitar la demasiada familiaridad con los hombres y no tenerla sino con Dios. Pero en la Santa Iglesia prevalece la dinámica, es decir el movimiento, la acción, la beligerancia apostólica que vivimos en Santiago, en el continuo peregrinar de Nuestro Señor por las tierras de la Palestina, en los viajes de San Pablo, en los Padres Misioneros del Siglo XX, en los países que ha recorrido en estos años contemporáneos Nuestra Señora de Fátima, que ha llenado el mundo de nuevas esperanzas y promesas. Donde prevalece la dinámica sobre la estática inmóvil, muda, sorda, que es pecado por omisión, por dejar de hacer el bien, tal como lo es el hacer el mal, que a menudo se hace en lo estático, en lo inmóvil, en lo indiferente o cobarde, amedrentados por lo que dicen los enemigos de la iglesia. Kempis cita como otro principio importante de la Imitación de Cristo “resguardar el ánimo de la apatía, o insensibilidad; pues hay quienes ponen la perfección en la carencia de toda tentación, y que no es malo pues ser tentado” añadiendo -muy en línea con el pensamiento de Schopenhauer- que “La suprema sabiduría consiste en aspirar al reino de los cielos por medio del desprecio del mundo”.
Por otra parte bien es cierto que con dificultad se abandona la antigua costumbre, y nadie se aparta con gusto de su propio modo de pensar. Así que lejos de intentar convencer a nadie, no hago sino de comunicador, poniendo al alcance de quien quiera aquello que esté en mis manos dar a conocer, fiel al principio de que el que no desea contentar a los hombres, ni teme desagradarles, gozará de mucha paz. Sea el lector benévolo conmigo, pues el que aprecia todas las cosas por lo que son y no por lo que se dice o se opina de ellas, es verdaderamente enseñado por Dios más que por los hombres.
Para los que aún se pregunten por qué diablos hablo de todo esto, hay mejor respuesta que la mía: “De lo que el corazón está lleno habla la boca” (Mateo 12,34). Asi sea!
Pedro Varela
Fuente: libertadpedrovarela.over-blog.com
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