Parecen pocos si pensamos en todo lo que ya hacíamos antes de su inauguración, pero veinte años suponen la vida de un bebé hecho hombre.
Hemos sido un referente y un faro en la mar. Y hemos estado siempre abiertos a pesar de los intolerantes y sus deseos de vernos cerrar las puertas.
Lo han intentado todo desde un principio: manifestaciones de los vividores de SOS-Racismo con el poco recomendable Pere Ribes a la cabeza; la sionista Pilar Rahola y correligionarios; gente del lobby judío de Barcelona; los gays y lesbianas; los okupas; las chusmas “anti-fascistas” más diversas; las filas interminables de furgonetas de los mossos d’escuadra, los comisarios políticos del fiscal progre, etc.
Entre todos ellos han pintarrajeado, asaltado, quemado, confiscado, destruido, condenado y encarcelado.
Pero ahí seguimos, en pie y abiertos, aunque hubiesen deseado que su repetidamente anunciado cierre se hubiese hecho realidad.
El dominio cultural de la ultraizquierda y la sovietización del mundo político e institucional catalán es evidente hace décadas, y ha cambiado poco con la llegada al poder de los conservadores: los autodenominados “antifascistas”, con o sin corbata, siguen siendo los maestros del discurso, los dueños de la palabra y las instituciones.
Recordemos los daños que el incendio provocado en la carabela capitana de Colón, la Nao “Santa María”, en el puerto de Barcelona, causaron unos “antifascistas”(1) encapuchados, arropados en la nocturnidad. Con esa excusa, en lugar de repararla y reconstruirla, como corresponde al evento histórico, el ayuntamiento de Barcelona se apresuró a arrastrar la nave mar adentro y hacerla hundir discretamente en algún lugar entre Arenys de Mar y Canet. Quedó así limpia la ciudad de la memoria histórica: había que dejar paso a la nueva Barcelona gay y masónico-izquierdista.
El poder se escudó en una acción similar para destruir el hermoso grupo escultórico de Clará, el artista romántico catalán por excelencia, de la Diagonal barcelonesa. Con la excusa de que era un monumento a los caídos —en todo país civilizado honrar a los propios caídos es inherente al auto-respeto—, otro grupo de “antifascistas” encapuchados, armados de lazos y sogas cual cuatreros del Lejano Oeste, tiraron de su pedestal hasta hacer añicos, en público y fotografiados por los reporteros de El Periódico, la belleza de aquella obra de arte. Hecha pedazos, la escultura acabó barrida del asfalto y de la Historia por los equipos de limpieza municipales. Como en el caso de la Santa María o los ataques a Librería Europa, nunca fueron encontrados los culpables.
Tras un tiempo prudencial, el ayuntamiento no optó por recuperar una muestra de la cultura catalana de gran nivel, sino por desmantelar la cruz cristiana y el elegante y austero monumento de Adolf Florensa en pleno.
No hace tanto le tocó el turno —esta vez ya sin encapuchados, pues sus colegas con corbata habían tomado el poder autonómico y municipal— al Monumento a José Antonio, carente de toda simbología desde hacía décadas y luciendo por todo mensaje un hermoso relieve de obreros y campesinos de Jordi Puiggalí. El mismo alcalde Hereu envió a sus enormes grúas en una acción nocturna, poco valiente, para desmantelarlo y hacerse la foto, inflado como un pavo, frente al trofeo abatido, carente de todo peligro.
Habiendo establecido la purga histórico-artística como nueva costumbre local, era evidente que la figura femenina de Federico Marés del Paseo de Gracia/Diagonal seguiría en el listado de monumentos abatidos. Como así fue.
Orgullosos de sus acciones y seguros de su éxito, los mismos encapuchados “antifascistas” y sus jefes institucionalizados iniciaron hace ya un par de décadas el acoso y fracasado derribo de Librería Europa desde sus inicios, con el objeto de borrar toda historia que no sea la suya de la oferta cultural abierta al público, del imaginario colectivo y del paisaje urbano y turístico barcelonés.
Cócteles Molotov, botes de pintura, asaltos con palos, lanzamiento de adoquines, incendios provocados, piras de libros en plena calle, allanamientos, destrozos y robos nocturnos, criminalización periodística, confiscación uniformada —hasta el día de hoy— de decenas de miles de ejemplares, procesos político-judiciales constantes y la cárcel: en estos veinte años no ha pasado uno solo sin ser atacada por unos o por otros, bajo las órdenes de los mismos. Idéntico poder y su misma chusma lo han intentado todo para borrar del mapa la Librería Europa.
Y sin embargo celebramos este año el XX aniversario (1991-2011) de esta casa, aunque el gerente, quien esto suscribe, se encuentre ya, desde hace más de medio año, entre rejas.
Los funcionarios, las juntas de tratamiento, el fiscal que odia, incluso jueces con la toga ensuciada voluntariamente con el barro del camino, lo han insinuado claramente: les tiene sin cuidado Ediciones Ojeda y la sentencia que condena a la hoguera diecisiete títulos presuntamente heterodoxos editados por esta casa, sólo era la excusa para neutralizarme. Se trataba, evidentemente, de Librería Europa. “¿Sigue abierta?”, es la pregunta habitual. “¡Sigue abierta, por supuesto!”, es mi lacónica respuesta, seguida del ruido metálico de la puerta de acero que se cierra tras de mí y las llaves o el pestillo que aseguran que mis pies y mis ideas no traspasarán estos muros.
Como en el Berlín asediado por las hordas soviéticas, ya no se trata tanto de quién ganará esta guerra —sin duda, quienes cuentan con muchas más divisiones blindadas—, sino de dejar un ejemplo y un símbolo: ¡Librería Europa no se rinde! Aunque a causa de ello debamos alargar nuestra estancia en las ergástulas del sistema.
Olvidaron que, a diferencia de la Santa María o las esculturas de Josep Clarà y Frederic Marés o los bellos relieves de Jordi Puiggalí, la Librería Europa tiene sangre en las venas. Y no les serán suficientes ni las sogas, ni los incendios, ni los expolios uniformados, ni el fiscal auto-erigido en comisario ideológico ni sus gorilas a sueldo armados de enormes cámaras para intimidar a la población, ni la cárcel.
Pertrechados de libros y conferencias hemos hecho frente a provocadores con o sin uniforme.
Pero es cierto que, tal y como van las cosas, si algo deben aprender las nuevas generaciones es a hacer frente, a plantar cara al poder, a rebelarse.
En el fondo, toda esta historia de mi encarcelamiento ha sido una magnífica forma de celebrar nuestro XX aniversario, era el digno colofón, la guinda que embellece el pastel en honor de una resistencia numantina digna de mejores tiempos.
Ha sido, sobre todo, una estupenda campaña de promoción de Librería Europa y la forma que han tenido los conspiradores de la represión de ponerse públicamente en evidencia.
Quienes se apostan tras ella tienen nombre y apellidos. Y en la famosa “sociedad abierta” todo se acaba sabiendo. Por ejemplo la existente conexión paralela entre algún director de centro penitenciario, la DGIP, la actividad judicial y policial, las fiscalías ideológico-políticas o algún miembro de alguna junta de tratamiento.
Pero aquí no hay más lugar para ellos, sino para todos aquéllos que han hecho posible que celebremos hoy nuestro XX aniversario: en primer lugar nuestras valientes secretarias; los incansables veteranos; los jóvenes idealistas; el equipo de abogados; los amigos que han reconstruido incansablemente año tras año nuestras instalaciones a la velocidad del rayo, para abrir las puertas como buenamente podíamos al día siguiente —ni un día más— después de toda destrucción; a quienes la iniciaron y edificaron; a quien le dio nombre; a quienes han facilitado e instalado los sistemas de seguridad; a quienes han limpiado y pintado la fachada incansablemente cada sábado por la noche; a quienes han montado guardia para proteger al personal; a quienes han seguido asistiendo a las conferencias a pesar de todas las medidas intimidatorias del poder; a los clientes y amigos que siguen viniendo a comprar sus libros a nuestra casa, aunque tal vez ese mes no les venía bien; a quienes han hecho posible la página web de Librería Europa y al equipo que hace posible este blog en mi ausencia; a quienes se manifiestan públicamente denunciando esta infamia.
Gracias a todos los que no sólo son amigos de la libertad, sino que luchan por ella, se manifiestan y pasan a la acción. Porque sigue siendo válido el axioma: la mejor forma de defensa es el ataque.
Si queremos libertad de expresión, no esperemos a que el poder nos la venga a regalar, recortada y maquillada —y menos que nadie, los autodenominados “antifascistas”—. Hay que exigir dicha libertad de expresión y conquistarla con nuestras manos y nuestros corazones.
La rebelión cívica es cada vez más importante para nuestra supervivencia. Han de entender que si no quieren tragarse la sopa de que el público tenga a su alcance cierto tipo de libros, tendrán que acabar tomándose dos platos.
La desobediencia civil surge cuando una cantidad significativa de ciudadanos se conoce o de que los canales utilizados tradicionalmente para conseguir cambios ya no están abiertos o a través de ellos no se escuchan ni se atienden sus quejas o de que, al contrario, es el gobierno quien unilateralmente impulsa los cambios y persiste en una línea cuya legalidad y constitucionalidad despiertan graves dudas.
«En realidad la desobediencia civil no sólo es compatible con los sistemas democráticos, sino que constituye a juicio de todos los teóricos serios, uno de sus más relevantes elementos correctivos», frente a los peligros del dominio incontrolado de los lobbies incrustados en las instituciones que actúan por meros y oscuros intereses ideológicos y particulares.
La supuesta necesidad de restringir ciertas libertades individuales —como en nuestro caso—, sólo beneficia a los poderosos, a las sectas políticas y al lobby que actúa entre bambalinas, que además del Estado del Bienestar elimina también algunas garantías sociales y libertades públicas.
En la reciente campaña de promoción y autobombo de la que —para contrarrestar el varapalo judicial propinado por el Tribunal Supremo a sus postulados ideológico-jurídicos—ha sido objeto el fiscal amigo de SOS-Racismo, Miguel Ángel Aguilar, éste afirma sin rubor —nunca lo ha tenido— que el objetivo de su labor y su carísimo equipo de comisarios es cerrar la librería Europa. Dada la crisis galopante, habría que prescindir pronto de sus servicios tan superfluos como inútiles.
Los muy tontainas aún no han entendido que ese pequeño y desconocido kiosco de barrio, que pudo haber pasado desapercibido todos estos años, se ha convertido en una entidad de renombre gracias a quienes se empeñan en perseguirla.
Mi consejo: dejen a Librería Europa en paz y las aguas volverán a su cauce. Sólo irán a comprar libros, voluntariamente, los interesados en una versión alternativa de los hechos.
Pero como son ustedes unos fanáticos, y además cobran suculentos sueldos a final de mes, justificados con esta persecución, nos seguirán haciendo famosos, de ahí que podamos celebrar hoy nuestro XX aniversario, y que estemos trabajando ya en Librería Europa 2.0, o, si se empeñan, y por si acaso, en Librería Europa 3.0. ¡Sea!